El uso eficiente de la alfalfa debe basarse en el conocimiento de sus procesos de crecimiento para permitir un manejo adecuado del cultivo. De esta manera, su adaptabilidad a los distintos tipos de clima y suelo, su capacidad para recuperar la fertilidad nitrogenada, sus niveles de acumulación y calidad del forraje son exitosamente aprovechados y así formar parte de los principales sistemas ganadero-agrícolas y lecheros. Una premisa básica debe ser considerada en el eficaz manejo de este cultivo: la alfalfa es una de las pocas forrajeras que permite defoliaciones intensas pero de poca duración, en cambio, no tolera cuando estas son frecuentes, aunque sean dejando remanentes altos. Esta especie es una planta que tiene ciclos de crecimiento bien definidos, pero íntimamente relacionados a las condiciones climáticas. Es lógico que la madurez fisiológica de los principales tallos que forman el ciclo de crecimiento fuera el criterio ideal para determinar el momento apropiado de utilización, pero tiene sus limitaciones. La aparición de rebrotes basales de la corona y el número de días entre cortes o pastoreos son también indicadores que pueden ser aplicados, tomando ciertos recaudos. La mejor decisión sería usar una combinación de los criterios indicados, aunque recientemente se ha propuesto que para maximizar la producción animal con esta especie, el inicio del pastoreo durante primavera-verano debiera realizarse anticipadamente a lo usualmente recomendado, es decir previamente a botón floral-10% de floración, estado que se logra cada 500-600 ºC (grados días de crecimiento acumulados = GDA) o entre 27-36 días de descanso, temperatura base = 5°C. Esto implicaría también una mayor frecuencia de defoliación, por ejemplo: 350 GDA o entre 15-28 días de descanso. A su vez, el uso debiera ser más espaciado en el tiempo durante el verano tardío-otoño (26 a 35 días aproximadamente), para dar prevalencia a la recuperación de los carbohidratos de corona y raíces. Sin lugar a dudas, este criterio puede ser válido, y de hecho, se usa en tambos intensificados, donde esta leguminosa o fabácea es un componente menor en la dieta animal (cercano al ⅓ del total del consumo total de alimento) y se prioriza la producción alta, instantánea, de pasto de calidad, aún a costa de pocos años de aprovechamiento. Pero debe ser tomado con cautela en sistemas más extensivos, tanto de carne como de leche, donde la leguminosa es casi el único recurso forrajero, por los riesgos que puede generar el empaste y en aquellos que priorizan pasturas de 4-5 años de duración. Se debe recordar que el mínimo de reservas de la planta está cuando esta tiene 15 y 20 cm de rebrote, por lo cual si no se deja evolucionar más allá de ese crecimiento se puede comprometer la persistencia de la pastura.
El pastoreo rotativo aumenta la producción y persistencia de esta forrajera, pero las diferencias en la obtención de carne y/o leche sólo son detectables si se hace una utilización eficiente del pasto, a través de una carga animal adecuada. El apotreramiento, por sí mismo, no eleva la acumulación de forraje, pero es determinante para la subsistencia de las plantas. Con una subdivisión moderada se lograrán las ventajas comparativas que ofrece el pastoreo rotativo y aumentos mayores llevan a ventajas marginales. En el otoño se producen importantes cambios fisiológicos en la planta para sobrevivir al invierno. Es en esta época que el manejo debe ser cuidadosamente planeado para que la fabácea crezca vigorosa en la primavera siguiente, siendo esto más importante en aquellas con reposo o latencia invernal y menos en las que en determinados ambientes, como la región central de la pampa argentina, crecen todo el año, por ser sin latencia invernal.
La acumulación de las mezclas base alfalfa y el aporte de las gramíneas o poáceas dependen de las condiciones de suelo y clima de la región, del tipo y cultivar de la leguminosa, de la especie y cultivar de gramínea utilizado, del método y densidad de siembra, del manejo impuesto y principalmente del sistema de producción de que se trate (invernada, tambo, cabaña o forraje conservado). Si bien, en general, el aporte que hacen las poáceas a la acumulación total no es elevado y ciertos casos disminuye, sobre todo si esta es muy agresiva en la implantación, pero permiten alargar la vida útil de la pastura, especialmente cuando se registran condiciones desfavorables para la leguminosa. Además, ayudan a mantener y/o recuperar la estructura del suelo, a través de un sistema radicular superficial abundante y fibroso y disminuyen los riesgos de meteorismo. Si se prioriza la mayor digestibilidad, más proteína bruta y menos pared celular (fibra) del forraje la presencia de las gramíneas pierden importancia, tomadas como ciclo entero, y sólo puede ser superior la digestibilidad en un corto período de tiempo cuando estas últimas rebrotan en el inicio del otoño y la fabácea está en un período desfavorable para su valor nutritivo, principalmente porque las condiciones climáticas (baja radiación por días nublados y excesiva humedad ambiente) suelen generar enfermedades foliares.
Es importante considerar que mientras las poáceas dependen del área foliar remanente para su rebrote, la alfalfa restaura sus hojas y tallos, luego de la defoliación, con las reservas de carbohidratos no estructurales de las raíces y la corona. Esta diferencia determina que se debe cuidar el manejo inicial de la pastura, si no se quiere perder tempranamente uno de los componentes de la asociación. Además de estos mecanismos diferentes para iniciar el rebrote, ambos grupos de especies presentan distinta velocidad de rebrote y alcanzan grados de madurez diferentes, en una fecha dada. Existen evidencias que en asociaciones con alfalfa, el aporte de las poáceas puede ser incrementado por cortes y/o pastoreos frecuentes y/o poco intensos. Pero esto también puede ocasionar una pérdida más rápida de la fabácea en la pastura. Por el contrario, cuando se practican pastoreos infrecuentes e intensos, las poáceas producen un crecimiento inmediato muy lento y un deterioro paulatino de la estructura de la pastura. De este modo, el uso de una mezcla alfalfa + gramíneas perennes en un sistema de pocos potreros provoca un desbalance a favor de la gramínea y, por el contrario, un alto grado de subdivisión de la pastura, con alta carga y cultivares de alfalfa de rápido rebrote puede derivar la pastura hacia un alfalfar puro. El comportamiento de la composición botánica de la asociación en respuesta al manejo del pastoreo puede tener variantes regionales de acuerdo a las características del ambiente, que puedan ser más adecuadas para uno u otro grupo de especies y con ello alterar las relaciones de competencia entre ellas en la mezcla.
La acumulación de pasto de la alfalfa acrecienta cuando se pasa de prefloración a plena floración, como ya se indicó, aunque disminuye la calidad por aumento de la relación tallos/hojas y de la caída de estas últimas por senescencia. Una expectativa se abre al disponer de cultivares con menores contenidos de lignina que permiten, aunque aumente la relación señalada, no pierda el valor nutritivo que admite ampliar la ventana de utilización de esta forrajera, tanto para uso directo con el animal como forraje conservado, al tener una fibra de mejor valor alimenticio, en estados más avanzados del desarrollo de la planta.
ING. AGR. Oscar Bertín
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